26.6.17

¡Feliz verano!

 Nuestra última entrada de este curso es para desearos un feliz verano y recordaros que además de descansar podemos disfrutar de la lectura. Compartimos aquí uno de nuestros cuantos favoritos. ¡A disfrutar!!


Aventura en el río
Casi todos los veranos Andrés iba al pueblo donde nacieron sus padres. Por el pueblo pasaba un río que no era muy grande pero permitía, al formarse pequeñas charcas, que Andrés y sus amigos se pudieran bañar.
En otros lugares, las aguas del río se precipitaban con rapidez hacia una pequeña cascada y parecía como si el río cantara.
Andrés solía escuchar con atención y decía que nunca sonaba igual, que cada día el río cantaba una canción diferente. Acudía a la orilla cada vez que se sentía un poco triste o solo y se quedaba absorto contemplando el agua al pasar, eso le ayudaba a sentirse mejor.
Una tarde, se acercó como de costumbre y se sentó en una roca con la mirada fija en el agua. Algo llamó su atención: en el fondo descubrió una cosa que brillaba mucho. Cuando metió la mano para sacarla se llevó una gran sorpresa. Al abrirla, encontró en su mano a un hada muy, muy pequeña, con unas alas relucientes y brillantes.
— ¡Hola!, no te asustes, soy el hada del río, me llamo Cantarina.
—Yo me llamo Andrés —contestó el.
—Soy la encargada de hacer que el río cante —dijo el hada.
Andrés se puso muy contento porque el si había oído el canto del río, a pesar de que algunos de sus amigos se habían reído de él cuando se lo contó.
Al contemplarla de cerca le pareció muy pequeña: cabía dentro de su mano. Por eso Andrés mantuvo la palma extendida con mucho cuidado para que el hada no se cayera. Era preciosa y su voz también.
— ¿Vienes mucho por el río? —le preguntó.
—Solamente en verano porque yo no vivo en este pueblo. Vengo con mis padres en vacaciones.
— ¿Y te lo pasas bien aquí?
—Sí, estoy muy contento porque puedo hacer cosas que durante el curso, en la ciudad, no puedo hacer.
— ¿Qué cosas?
—No tengo que ir al colegio ni madrugar, me acuesto más tarde, me voy con mis amigos por todo el pueblo, incluso más allá, y juego a cosas muy divertidas.
—Entonces, ¿eres feliz porque haces lo que quieres?
—Pues claro.
—Y aquí, en el pueblo, siempre estás feliz y contento?
—Bueno…, siempre no.
— ¿Y en la ciudad donde vives, siempre estas triste?
—Bueno…, siempre no.
—Así que el estar contento o estar triste no depende de un lugar —dijo el hada.
—Pues claro.
Andrés comenzó a pensar que aquella era un hada muy preguntona y decidió hacerle también él unas preguntas. Quería saber si en el río vivían otras hadas, que hacía cada una y por qué no las había visto antes.
 ¿Vives tú sola en el río?
—No, somos muchas hadas y cada una se encarga de una cosa: yo me encargo de que el río cante, otra es responsable de que el agua esté siempre limpia para que os podáis bañar sin problemas, otra se encarga de cuidar a los peces que viven en el río y procurar que siempre encuentren alimento, otra se encarga de mantener bonitas y limpias las piedras del fondo…
— ¿Por qué no os he visto antes? Yo vengo mucho por el río.
—No siempre nos dejamos ver, pero hoy he decidido que quería hablar contigo para averiguar por qué estás triste. Cuando miras al agua veo tú cara y me dice que algo no va bien.
Andrés contó al hada que no quería volver a la ciudad porque allí se aburría mucho y en septiembre entraba en un colegio nuevo. Hasta ahora había estado en una escuela pequeña. Cuando se acordaba de esto, dejaba de jugar y se iba al río a pensar.
— ¿Sabes? Yo tampoco estoy siempre en este río. A veces me encargan ir a otro río para que canten sus aguas. Al principio me preocupo de si sabré hacerlo bien, si el río estará contento conmigo, si estaré a gusto en ese lugar…, pero luego me pongo a cantar y se me olvida la preocupación. Ya sabes que estar triste o contento no depende de un lugar. Yo me siento alegre cuando hago lo que tengo que hacer lo mejor posible: entonces me da igual dónde me encuentre.
—Pero a mí me gustaría estar siempre alegre y hacer las cosas que me gustan —dijo Andrés.
—Eso no es posible. A veces estamos tristes, a veces contentos, a veces enfadados y a veces tenemos miedo. Los seres humanos y las hadas sentimos muchas emociones distintas y eso hace que cada día sea especial, como una aventura.
— ¿Y qué puedo hacer para estar contento en el nuevo colegio? —preguntó Andrés al hada, demostrándole que esa era una de sus mayores preocupaciones.
—Hacer amigos, desear aprender a la vez que pasarlo bien y aceptar que unas cosas te gustarán más que otras, que unas tareas serán más fáciles y otras más difíciles para ti. No importa lo que te pase: tú eres el que decide cómo quieres sentirte.
Sin pensarlo dos veces, Andrés le preguntó al hada con cara sonriente:
— ¿Quieres venir conmigo a la ciudad? Yo te llevaría en mi mochila al colegio y tú cantarías para mí. ¿Qué te parece la idea?
—El hada estiró sus preciosas alas y abrió mucho sus diminutos ojos, poniéndose de puntillas sobre la palma de la mano de Andrés, y contestó:
— ¡Me encantaría conocer la ciudad! Siempre he cantado de río en río, pero tengo que preguntárselo al hada Organizada. Ella es la responsable de que se lleven a cabo todas las tareas, porque el río no debe dejar de cantar, ¿no crees?
—Claro que no, pero puedes pedir que se encargue otra hada, ¿verdad?
El hada Organizada dio permiso al hada Cantarina para ir a la ciudad con Andrés y en su lugar puso a otra hada que estaba deseando cantar en el río.
Andrés va contento al nuevo colegio. Nadie sabe que lleva un hada en su mochila y, a veces, sus compañeros escuchan una suave música, pero no saben que es Cantarina, que, con sus canciones, recuerda a Andrés lo que le dijo un día en el río.
Begoña Ibarrola
Cuentos para sentir. Educar las emociones