Raquel González Franco. |
Érase una vez una niña que se llamaba Lucía y odiaba el verano.
A Lucía le encantaba ir al colegio, estudiar, leer y lo que más le gustaba de
todo era fastidiar a la gente. Lucía era muy lista pero la gente no entendía
por qué se comportaba tan mal. Un buen día Juan, el mejor amigo de Lucía,
decidió que ya era hora de cambiarla.
Un día de verano, Lucía se despertó temprano. Desayunó y, en vez
de ir a la piscina con sus amigos, se puso a estudiar cosas muy raras y
difíciles. Sólo quería fastidiar a la gente. Juan empezó a gritar y a llamar a
Lucía diciéndole: "-Lucía! ven, diviértete conmigo". Lucía, lógicamente no quería
ir y cerró la ventana y siguió
estudiando.
Por la tarde ya había estudiado y leído todos los libros de su
casa y se empezó a aburrir. "–Puff!, me aburro muchísimo. No se qué hacer-". De
repente recordó que Juan le había llamado hace unas horas para que jugase y
pensó que por un día podía ser divertido. Más tarde, Lucía se divertía muchísimo
con Juan y le dijo: "-Por ser caprichosa y no querer jugar con vosotros lo he
fastidiado todo. A partir de ahora dejaré de estudiar tanto y también jugaré-"
Lucía ya era una niña feliz gracias a su buen amigo Juan.